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viernes, 13 de abril de 2007

El Ancla



Las historias tímidas pueden no terminar bien y las de amor suelen tener tramos de maldad... quizá es mejor echarse a dormir y olvidar por fin que un día se quiso volar. Podemos pensar en descansar y tal vez la cama sirva para arrullar los sueños ajenos.

Aún así, pocas veces se puede amar en dos ocasiones y menos cuando se ha entregado la vida hasta el destierro, suele ser mejor salir a embrigarse y convencer a las sábanas que olviden su alergia a la madrugada.

No es cuestión de atender las cartas quemadas ni saber si alguien las quiere tener... la soledad se convierte en compañía como alguien lo aseguró alguna vez y puede ser el camino hacia una felicidad partida.

Se envuelven los engaños en sonrisas que no calientan los ricones de las hadas y quién responde por las pérdidas y el dolor del abandono que poco a poco se cuela por entre las rendijas que ya no evitan el paso del tiempo ni del viento lejano, de los gritos que llaman a la desesperación y esconden la claridad de la aurora clandestina.

¿En dónde se encuentran los faros? ¿En dónde hallar el muelle que calma las ansiedades de los pasajeros? La tierra se acorta, se desvanece y aún se puede sobrevivir en un puente.

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