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viernes, 4 de mayo de 2007

El vacío del dolor


No pedí que me siguieras,
no escuché tus palabras fugaces
ni esperé por tu paciencia.
Me comí el mundo dispuesto,
me escondí de los terroristas que amenazaron la serenidad de mi locura
y viví para contar la historia de sangre y ojos vendados por sobras
que se tragaron los gritos chillones de quienes perdieron el corazón en una batalla sin perdón.
No te llamé,
no te busqué ni te escondí,
no me sigas por el sendero que te alejará de mí.
Ahora cierra las manos,
no permitas que toque tu piel,
porque perderás lo poco que tienes
y te fundirás con una estatua de sal,
que aprendió a amar y a enceguecer los luceros para justificar la sobra de su desespero.
¡No escuches! ¡No escuches!
La voz traiciona,
te susurra sus mentiras
y abre la morada de la angustia en sus entrañas
marcadas por el hastío de la melancolía.
Se acaba el tiempo,
ese que nunca existió,
se apaga su vida como si fuera importante la espera,
aguarda a la salida,
esperando la próxima víctima
quien le dará un poco más de aquello que jamás será.
Entonces...
tampoco aguardaré,
de ti finalmente escaparé,
para que olvidándo las tristezas y falsos amores lejanos,
extienda mi espalda sobre la tierra mojada que compra el dolor
.

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