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viernes, 18 de mayo de 2007

Melancolía


La nostalgia es de quien la siente y la presiente, la que se chorrea roja entre los dedos abiertos e invade los corazones fugaces de la incertidumbre y el viento.
Amaga con sonrisas que no concluyen la agonía y engañan a la sensatez de la misericordia.
Aparece entre grises otoñales, que más allá del sueño son las realidades invernales, aquellas que empañan la dicha de los infantes, esos que no conocen los alcances de la bondad.
¿Y quién escapa a sus garras?
Aquellos que anhelan una voluntad esquiva y la perfección imaginaria de vidas quebradas por la finitud de un cuerpo oscuro, perdido y podrido en el estanque de la soledad escondida.
La melancolía baja por las calles, baña los parques de la soberbia y juega con la presa que aún podría escapar, aunque es la ilusión que no se alcanza.
Envenena la cotidianidad de las bailarinas y de los trapecistas temerarios, también de los amantes inocentes, creyentes de la justicia y las mañanas calientes.
No conoce discriminación, ama la ausencia de la razón; tiende el velo de la fantasía, mientras atrae con el canto de sirenas hacia la boca de la pasión, esa que regala el éxtasis para robarse la frescura de la esquiva tranquilidad.
En realidad es y no es,
se tiene y se escapa,
es la amada odiada,
es la víctima que termina por triunfar.

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